jueves, 2 de julio de 2009

Avenida El extranjero




Terespol


I
Agnieszka llegó al cuarto donde se refugiaban, no recibió ningún tipo de saludo o abrazo, sólo había una mirada tímida al otro lado de la habitación y el triste sonido de unas rodillas que parecían cascabeles. Jona, nos vamos ya, las cosas se van a poner feas. Los hermanos tomaron sus escasas pertanencias entre las que figuraban un guardapelo de la abuela y cinco panes, una cantimplora con agua vieja y un par de botas de Agnieszka que por poco no tenían suela. Jona revisaba cada uno de los rincones para comprobar que no olvidaban nada, su hermana lo miraba impaciente y al mismo tiempo sabía que lo único que les quedaba era la ilusión de tener algo, pero no había nada, su vida entera se había consumido con la guerra y el aislamiento, sus ilusiones cayeron como el gobierno nazi un tiempo indefinido atrás, remoto como la promesa de la madre que volvería por ellos. No quedaba nada, mas Jona buscaba milimétricamente por si acaso, no fuera a ser que ese oscuro y demolido rincón de tres por tres metros, simbolo de su supervivencia, se fuera a quedar con la poca suerte que habían tenido durante los años oscuros del gobierno del caos. Te prometo que pronto tomaremos żurek caliente con la abuela, sólo tenemos que darnos prisa; si no, dejaremos de ser polacos, Jona, ya no hay nada, vámonos. Salieron sin cerrar la puerta a una calle bombardeada de recuerdos en la que tenían que saltar bardas y restos de lo que alguna vez fue su hogar. A dónde vamos, dijo Jona por primera vez en semanas. A Terespol, si todo sale bien cruzaremos el río antes del amanecer. Nunca habían salido de Brześć, él ni siquiera recordaba haber visto los ríos Muchawiec y Bug o los días de paz en que, le contaba Agnieska, solían comer fuera o acompañaban a mamá al mercado. Ahora no había mamá ni papá ni visita de los abuelos, lo que tenían era al otro: únicos compañeros de recuerdos y pesadillas, como hermana-madre de dieciseis años y Jona de sólo diez. Agnieszka se repetía durante las noches de insomnio que seguro sus padres no hubieran concebido al pequeño si huebieran sabido lo que vendría del oeste. Jonas, hablé hoy con un señor que sigue escondido en el centro, dice que ahora seremos rusos, que quieren cambiar las fronteras y Brześć ahora será Bielorusia, tenemos que cruzar el Bug para llegar a Polonia antes de que esto se ponga peor. Desde que están los rusos esto es espatoso para los polacos, estamos en tierra de nadie Jona, tenemos que llegar a Terespol, debemos llegar con los abuelos. Pero los abuelos viven en en Cracovia, repuso Jona, eso está al otro lado, tú me lo dijiste Agnie, no vamos a llegar. Es más fácil que lleguemos si estamos en el mismo país, camína más rápido, primero concentrate en Terespol y en que allí no somos extrangeros; dijo el señor que a los polacos mayores los expulsarán como Dios manda, pero a los niños huérfanos los van a enviar a Minsk, nos van a hacer bielorrusos, seremos soviéticos.
II

Nos invaden los alemanes, dijo mi papá en dos de septiembre de 1939, los hijos de puta entraron ayer el país, mañana llegan a Varsovia, ¿es acaso que nunca nos dejaran en paz los hijos de mierda? Mi madre permanecía sentada en uno de los bancos de la cocina con la mirada perdida en la corbata de su marido y con Jonas en las piernas. La furia de mi papá se comprendía, durante la primer guerra combatió bajo la bandera rusa contra nuestros porpios hermanos polacos dominados por el imperio alemán o en austro-húngaro, conocía los horrores de la guerra y veía en la cercano un triste porvenir para nuestra joven república desde que el "pigmeo austriaco" tomó las riendas del Nazionalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei. Ese hombre nos hará comer mierda en toda Europa de nuevo, repetía cuando las noticias de occidente llegaban, recordaba a su padre en el campo de batalla explicandole como disparar las distintas armas y, según contaba, sus dedos aún no alcanzaban a tomar el gatillo. Mi madre quedó atónita con la noticia de la invación, sabía que tardarían en llegar a Brześć pero temía por sus padres en Cracovia, ellos estaban en la frontera y seguramente estarían sufiendo el yugo nazi a esa misma hora. Siguió en silencio mientras mi padre vociferaba improperios al aire, era una mujer cracoviana de buena familia, educada y prudente, no perdería la compostura así le pusieran una pistola en la sien. Yo no comprendía bien cuál era el problema, mi mente era tan debil que con trabajo recuerdo la escena y si algo es fijo es el mísero silencio que siguió a la llegada de mi padre, sólo se quebraba por la risa de Jonas en las piernas de mamá, vuelvo a ella, un ángel de porcelana cargando un muñequito de bucles rojisos; este era el cuadro de las victimas: Una sala con un hombre pensativo, una señora inmovil en la silla del comedor, la esperanza encarnada en el niño y yo pensando que todo era un gran juego de mal gusto, mi padre no comprendía el límite de sus bromas y casi nadie distinguía cuando eran unicamente ficción, nadie pero mi mami, ella, la sonriente Svetlana, la silenciosa fábrica de cariños, la buena mujer, la que dejó caer un par de lágrimas para que yo entendiera que de ahora en adelante no habría humor en papá.
III
Tenían ya un par de horas caminando, esquivaban soldados o culaquier otro ser viviente, los caminos seguros para los demás se convirtieron en sus rutas peligrosas, no querían ser enviados a Minsk antes de si quiera ver el río. En un edificio derruido se detuvo Agnieszka. Te voy a presentar a alguien. No quiero, tú me dijiste que hay que cruzar el Bug. Pero cuando ella desapareció en el umbral Jonas no tuvo más opciones. El lugar era inhabitable, ni por error alguien viviría allí a principios de invierno y sin un sólo centímetro de techo sobre la cabeza; las estrellas eran las bombillas y las sombras no representaban sino la oportunidad de esconderse cuando percibieran a algún rojo en las cercanías. Ves ahí donde cae la luz de la luna, preguntó a Jonas, sí, qué tiene de especial. Te contaré una historia: cuando los rusos tomaron la ciudad poco después de que los alemanes comenzaran a invadir el oeste papá se tranquilizó, pues a pesar de todo el creció en la Polonia rusa, pero mamá no dejaba de llorar y presentir lo peor. Asi pasaron dos años, papá era un soldado ocupado en transmitir las noticias que llegaban de Terespol, era un buen trabajo y nos aseguraba la comida; pero la esperanza fue el mal que se quedó al fondo de la caja de Pandora, contaba mamá mientras papá nos repetía: no se preocupen princesas, los alemanes nunca verán Brześć en el mapa, somos una ciudad sin importancia. Un día de verano vine a este mismo edificio con la comida que le enviaba mi mamá, de repente escuché bombas y gritos, yo no sabía qué era eso, hasta entonces entendí la palabra guerra. El 22 de junio de 1941, le interrumpió Jonas, viste el cuerpo de papá sin vida en un edificio hecho trisas, ¿verdad? Los hermanos guardaron silencio más de una hora, viendo las estrellas enmarcadas por paredes sin forma. Vamonos al Bug, le dijo a Agnieszka y esta se puso en pie. En la calle alcanzaban a ver las cúpulas de la iglesia de la Resurrección.
Caminaron más de dos horas más antes de volver a descanzar, atravezar la ciudad escondiendose de todo el que pudiera verlos fue una tarea ardua, como pudieron se acercaban al río pero conforme la distancia mermaba se encontraban con soldados rojos. Llegaron a las zonas boscosas del norte, lejos de la fortaleza y de todo puente útil. ¿Sabes cómo llegar, Agnie?, decía Jonas con la voz entrecortada por el frío, occidente, siempre a occidente, ya he caminado la ciudad y siempre es a occidente. Entre los árboles no desvanecía el peligro, los rusos vigilaban todo. ¿Papá era ruso o polaco? Papá era polaco, Jonas, un buen polaco; pero cuando él nació Polonia no existía y vivía en el territorio de Rusia; mamá nació en Cracovia, ella era polaca de Galizia, en Austria-Hungría. Antes de la guerra no teníamos país y ahora tú y yo estamos por repetir la historia si no llegamos a Terespol lo antes posible. ¿Era papá... Papá era bueno, Jonas, los dos lo eran, ahora callate y camina más rápido. Él se quedó paralizado, Agnieszka siguió caminando un poco, pero al regresar la mirada vió la cara de su hermano bañada en lágrimas. ¿Jonas? ¡No, no me digas, no me digas, no quiero dejar Brześć ni quiero que te vayas! Jonas, reprendió ella con voz queda, tranquilizate ¡No! Su pie se enganchó entonces con algo en el piso y calló en un charco de cieno helado, su hermana lo ayudó a levantarse y del tobillo retiró un grillete oxidado. Ya de repuestos de la minúscula crisis continuaron. Jamás sabrían que ese grillete llevaba más de cuatro siglos oculto, esperando algún tonto a quien jugarle una broma: había sido forjado en Ryazan, viajado mucho en la época en que los teutones aún dominaban Riga, calló a las orillas del Bug y desde entonces e inmovil paso del territorio lituano al polaco, de éste al lituano nuevamente y después a la confederación Polonia-Lituania y después, por mucho tiempo, sería parte del Imperio Ruso, ahí, quieto y pesado cambió de nacionalidad como de aires, en 1918 volvió a ser polaco, ahora era miembro honorario de la Union de Repúblicas Socialistas Soviéticas y se consideraba a sí mismo un bieloruso de fina estampa.
Poco antes del amanecer llegaron los hermanos a las orillas de río y la nieve comenzó a caer.
IV
Mamá simplemente nunca regresó, dice mi hermana que algún ruso hijo de puta la ha de haber matado o raptado, sí, eso dice mi hermana, pues los rusos no traen nada bueno. Cuando nos quedamos los dos solos abandonamos la casa para buscar algún tipo de ayuda, pero fue imposible hacer algo durante la guerra. Después regresaron los alemanes y nos encerramos en un cuarto de nuestra antigua casa, dice mi hermana que fueron años en los que salía una o dos veces a la semana en busca de comida. Yo no volví a ver el exterior mas que en escasas ocasiones, como dos o tres, hasta que la guerra terminó y los rusos volvieron de Brześć su prostituta y de los polacos unos imbesiles que les adoraban "Salve Rusia que vino a rescatarnos" se oía por las calles, los rusos son unos desgraciados, decía Agnieszka y yo le creo aún ahora. Ella me contaba sobre los tiempos mejores, me hablaba de los abuelos en Cracovia, de la cena que nos darían cuando acabara la guerra: żurek y gulasz, los mejores embutidos, pan de centento negro y hasta filete empanizado. De esa comida yo no conocía nada, durante la guerra uno se come hasta lo impensable.

Recuerdos que me llevo de Brześć:
la casa destruida.
un grillete oxidado.
la escarcha del río.
V

ja de sí o ja de yo

¿Sabes cómo dicen los alemanes 'sí'? Preguntó Agnieszka a Jonas cuando por fin vieron el amanecer a las orillas del Bug, con la fortaleza hacia su izquierda y traqueteo de la gente sobre los puentes no muy lejos de donde ellos estaban. No, cómo dicen. Los alemanes dicen ¡Ja! Jonas soltó una carcajada estruendosa que a su hermana le despertó miedo de que los fueran a encontrar los soldados. Dicen ¡ja!, que tontos son los alemanes. Ella lo dejaba reir, serían sus últimas risas en Brześć antes de cruzar el río nadando con confianza en que la nieve les encubriea el rastro. Todos, hasta los soldados rusos, siguen siendo niños y se distraerán viendo la primer nevada; gracias Dios de los cristianos. Los alemanes dicen: ¡ja!, los alemanes dicen: ¡ja! La gracia radicaba en un aspecto muy simple entre el polaco y el alemán, en polaco 'sí' se dice tak y ja significa 'yo'. ¿Y sabes cómo dicen los rusos? No, cómo dicen los rojos. Los rusos dicen ¡Da! La carcajada de Jonas también retumbó, pero no como con el ja alemán, una segunda risa nunca iguala a la primera. Esos rusos suenan tontos, dijo mientras finjía idiotéz y repetía ¡Daaaa, daaaa, daaa! Entonces Agnieszka lo arrojó al río y le siguió.
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¡Jona, Jona, Abre los ojos, Jona! Agnieszka lloraba sin miedo a que alguien los escuchara. Presionaba sus manos en el pecho desnudo de Jona, después unía sus labios con los de su hermanito para darle un poco de oxigeno caliente, volvía a golpear su pechito blanco y de costillas saltadas, nuevamete la respiración de boca a boca y ahora el llanto. Entonces sintió la manita fija a su vestido y gritó nuevamente su nombre. Él contestó: ¡ja!

Terespol

El pueblo estaba invadido de militares pero ahora estaban en su territorio. Por el puente cruzaban aquellos que el gobierno sovietico expulsaba de sus hogares para apropiarse de la ciudad, caras tristes que no entendían porque después de tanto tiempo tenían que dejar las casas, negocios, escuelas y templos a los que donaron el alma, todos querían estar en Brześć sin importar la nacionalidad; aún así tenían que atravesar comodamente el puedente con sus pesados abrigos, Agnieszka y Jonas habían huido por orgullo y miedo, deberían estar del otro lado para que un tren los llevara a Misk y vivir en un horfanato y escogieron la libertad de su patria. Como pudieron se sumaron a la gente que desfilaba en busca de algún tipo de transporte, ellos brillaban con sus sonrisas entre la oscuridad del llanto, pensaban en los abuelos que con trabajos reconocería Agnieszka, en el żurek y el gulasz, soñaban con un futuro pacífico, con abrigos secos, no, mejor en un verano cálido del río Vistula, soñaban y soñaban y todo estaba bien. Subieron tomados de la mano a un autobús que se dirigía a la capital, allí buscarían como contactar a los abuelos.

Polska Rzeczpospolita Ludowa

Antes de que el camión arrancara se les entregó a todos los pasajeros unos panfletos con información proselitísta de tipo soviético, entre sus lineas asomaba el nuevo nombre del país: República Popular de Polonia. Ya viste Agnie, estamos en Polonia, ya no tenemos que tener miedo de ser bielorrusos en una ciudad lejana. Antes de obtener una respuesta le contestó una viejita que venía en el asiento de atrás:

・Yo nací antes de la primer guerra, nací antes de la misma Polonia siendo polaca austro-húngara, vi el desastre de nuestra tierra y el ataque de los nazis, veo como ahora son los rusos los que imponen la manera en la que debemos vivir. Niños, creo que Polonia es el nombre de la esperanza cuando se sabe que no existe.




Carlos Ponce Velasco

2 comentarios:

  1. El puente de la fotografía es el PUENTE DE LA TORRE DE LONDRES... Praga no existe en la mente de los realpatéticos o ¿por qué le siguen la corriente al Presidente? Habrá patéticas y patafísicas sanciones... ¡Ah! el cuento me gustó (aunque tal vez habría que reconsiderar el final).

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  2. Sé que en algún momento la Vigen de Talpa me iluminará, tengo que cambiar ese jodido final...

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