lunes, 13 de diciembre de 2010

Bitácora del capitán: de la niebla



Se me hace más cómodo leer con el dedo en alguna parte que ya haya leído del libro. Porque así puedo sujetarme a lo que leí sin ningún afán de memoria fotográfica. Me muevo de esta manera de los ojos a mi dedo y en el trayecto puedo sentir cómo se desembaraza inopinadamente la calma. Siento una tensión débil y próxima que no me es adversa ni confusa. Porque siendo así las cosas, creo que mi cuerpo presiente un pasado del libro sobre el cuál puede descansar al alborozo que antes de llegar a la lectura tenía y que aún tengo pero de este modo prescindo de él. Tengo en la yema de mis dedos el eco de un grito que calma mi cuerpo, como el silbido lejano de un tren en plena media noche, oculto entre las estrellas, cuando antes fumaba en cada balcón que encontrara oculto por las sombras. Mi cuerpo deduce un tibio recuerdo sin recordarlo del todo. Tal vez, por esto, siempre apresuro mi lectura en las primeras partes de cualquier libro. Y es por esto, que todas las introducciones, me parece, deben ir al final. Así, “el pararrayos” sirve, adecuadamente, después de la tormenta.

Amado J. Peña Broissin

Primera broma


Es imposible no recordar el laberinto inacabable acodado en El jardín de los senderos que se bifurcan al leer La broma infinita de David Foster Wallace. Obra que parece escrita desde el futuro, pero en realidad se concibe desde un presente cercano al infierno. Borges delineó una novela laberinto en la que todas las posibilidades se agotaban. Pero Foster Wallace agregó, quizás sin saberlo, un elemento no falto de atractivo: la sucesión infinita de sensaciones improbables. Es decir, el encuentro con una realidad que parece más una regresión al teatro del mundo, pero disuelto en el absurdo y puesto en cámara por un trasunto macabro de Lynch.
Creo que otro de los aspectos más interesantes de La broma infinita es, y esto casi se acerca a la redundancia, su enorme ambición. No sólo porque pertenece a la familia de novelas que más me atraen, las de grandes distancias, sino porque Foster Wallace tenía una relación con la literatura por completo inusual. Definitivamente no era parte de ese estereotipo de escritor norteamericano del que ya todos estamos cansados (o por lo menos aquellos que exigimos mucho más y no nos dejamos engañar por una literatura que, quizás, nunca ha pasado por su mejor momento). Es decir, no sostenía esa clase de ideas provincianas y lineales de la literatura como muchos de sus coterráneos. Leer La broma infinita es ingresar a una sala de cine en la que de pronto la película no es una historia filmada anteriormente, sino una cámara que nos observa y refleja y da cuenta de nuestras reacciones y de nuestra repugnancia.
La empresa épica que sustenta una novela de tales proporciones no podría alejarse de una renovación del género. Ya no hay un catálogo de las naves, lo que hallamos ahora (y quiero dar un salto en lo oscuro, un salto que no revele lo que hay entre cada momento histórico) es un recuento milimétrico de drogas sintéticas, drogas que producen un estado alterado parecido a esa broma infinita de la que somos parte, ese territorio apátrida de la sociedad del espectáculo.
Como he dicho al inicio, podríamos pensar que los hechos ocurren en un futuro cercano que, sin embargo, no habla más que de un presente espantoso que tiene más que ver con una clínica psiquiátrica para enfermos depresivos al borde del suicidio. También es verdad que éste es uno de sus principales errores (los cuales son comprensibles y en gran medida superficiales), pues no pueden suscitar más que la nostalgia por un futurismo que ahora no es más que curioso. Pero una de las grandes películas de Kubrick, 2001, también cae en los mismos inevitables vacíos y sin embargo se mantiene como uno de los más recordables referentes del cine de ciencia ficción.
Lo que quiero decir con todo esto es que, a pesar de esos defectos sin importancia, La broma infinita podría convertirse en uno de los nuevos caminos para una novela que, si bien, a diferencia de la poesía, no se ha encerrado en una cápsula de tiempo, tampoco ha cambiado demasiado. Pero, ¿es necesario un cambio? No sé si importe el que sea necesario, y lo más probable es que no importe en lo absoluto, pero definitivamente, si la novela no quiere caer en la trampa que cayó la poesía, debe hallar nuevas propuestas.
Y cuando una novela nos hace preguntarnos no sólo por cuestiones fútiles, sino por algo realmente esencial, como la naturaleza misma de la novela, como la estructura profunda que sostiene no sólo unos andamiajes particulares sino algo más, es ahí que es posible apartarse de las zonas iluminadas de la literatura, aquellas que dan todo por sentado, que dan su misma naturaleza por sentada. 

Eduardo Celis-Ochoa


domingo, 12 de diciembre de 2010

Bitácora del Capitán: Bellatin


Lecciones para una liebre muerta me enseña que todos los presupuestos sobre linealidad en la narrativa son intrascendentes. Esa intención con la cual se narraba primero una historia y luego otra es una ilusión. Ya Los aldeanos y El sonido y la furia habían hecho una incursión en este sentido, pero mientras en una la intención era hacer un personaje legión, en la otra se excusaba en la mente de un Benjamin esquizofrénico. En Lecciones para una libre muerta la intención es notoria, impuesta y agrada. Son varias líneas narrativas que si bien siguen un orden cronológico dentro de sí mismas (a excepción de unos jóvenes altruistas que llevan el mote de Los Universales) al ser intercaladas alegremente sin orden alguno, la experiencia de lectura nos demuestra que nuestro fervor lector nunca trabaja en enteros sino en fracciones.
En efecto, en "París, capital del siglo XIX" de Walter Benjamin esta suerte de collage ya estaba presente en los barrios parisienses donde con la simple vista uno transformaba las bocacalles en pequeñas obras de arte, el urbanismo cosmopolita en paisaje. Ahora, con la noción de Afterpop acuñada por Eloy Fernández Porta y la literatura zapping de Agustín Fernández Mallo (contemporáneos que como todo contemporáneo comparten gustos e incluso se encuentran bajo un mismo colectivo) este armatoste bello, alebrije, centáuro, etc. etc. parece que cobra función y eco en la literatura. Incluso Cortázar cuenta cómo en uno de sus cuentos (si mal no recuerdo "Las armas secretas") al terminarlo, se había dado cuenta que entre una serie de imágenes, letras de canciones, postales, cartas, estampillas y cuantimás pegados en una pared frente a donde escribía podía verse un camino bastante claro, una especie de zanja que inevitablemente se crea cuando pegamos cosas juntas, pero en esta zanja, por ese cauce inconsciente se encontraba toda la trama de su cuento: todos los episodios, los sucesos, los personajes, estaban ahí delimitados por una línea imperdible.
Y por citar mis preferencias: Robot Chicken es un claro ejemplo con su introducción que se me hace de las más geniales creadas en la televisión de culto. Un científico loco revive a una gallina tirada en una carretera frente a su castillo, y después de la suplantación biónica, sienta a la gallina (amarrada como el droog Alex) ante una serie infinita de televisores que pasan lo que parece todos los programas de televisión. El resultado, el programa en sí, es la reconstrucción que ocurre dentro de la mente de la gallina. Un collage irredento y genial donde todo se mezcla con todo: Mario con Grand Theft Auto y Resident Evil; series de los ochentas donde el criminal es Santa Claus; El largo viaje de Boba Fet y las tentaciones a las que se ve.
Incluso se podría ejemplificar con toda esa prosapia Avantgarde. El Bosco. Godard. Los Simpsons. Etc.

Ante todo esto pronostico el futuro: ya no habrán autores de novelas sino directores de ellas.

Lecciones para una liebre muerta es un gran paso en este sentido. La comprobación de que la lectura siempre ha sido fragmentaria y que así muchas voces son en efecto posibles unas sobreponiéndose a otras sin llegarse a opacar me hace pensar que esto pueda ocurrir no solamente bajo el efecto literario, sino todos los medios posibles juntos. A esto debe apuntar la novela electrónica. Ya no a sus efectos puristas sino a la suma de todas sus posibilidades. Esto, claro está, sólo sería en el plano estético (sólo hablo de un aspecto). La historia de la novela debe medirse en otro sentido del cuál me parece el más correcto aquel propuesto por Milán Kundera en "La desprestigiada herencia de Cervantes". La novela, aún cuando "mute", seguirá intentando responder a esos puntos endebles donde todo no es tan simple como pareciera. Hacer de lo irreductible legible. "El espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior a la novela."

Amado J. Peña Broissin

martes, 7 de diciembre de 2010

Chascarrillos-Literarios-Straße 98 interior. 0

ANTES DE LLEGAR A LA MAR



¿Quién es Ania? La pregunta flota en el aire como yo lo hago bajo el agua. Tomé quince minutos de lo que me restaba de vida para llegar hasta aquí y no sé qué es lo que venía a buscar. Cinco, seis, quizá fueron más los días que medité en hacerlo, quería llegar y ahora me pregunto si tiene sentido, si en verdad lo meditaba o sólo era una idea que rondaba mi cabeza como la imagen de una Ania imaginaria que cada día muta como muta el agua y cada pez que me rodea. Sangre de tiburón que se angustia por no saber dónde escurrir después de la matanza, eso es su nombre cuando ya no importa. Ahora importa la angustia de las madrugadas y las noches embrutecidas para no dormir: café, taurina, fenilalanina, refrescos de cola, ácido acetilsalicílico, música, televisión, todo para mantener divorciadas a mis pestañas que luchan como lo hicieron ayer y antes de eso. ¿Quién es Ania? La llevan en cajas de plástico, en partes, la llevan figuras vestidas de azul que conozco muy bien, que sólo yo veo desde que comencé a viajar al inframundo de esto que no me lleva a nada. Todo y nada, palabras absolutas que no gustan y solo, sólo a mí me sirven para olvidar ese algo que no recuerdo, que me entristece ver sobre el papel blanco. Trato de no dormir pues en los sueños escucho su voz recién salida del vientre de la tierra, la hija de la noche no tiene piedad conmigo. Ahora las sirenas emigraron a la ciudad a torturar a los marinos de traje sastre y por alas usan carmín y por plumas se tiñen el pelo de rojo. Llegué aquí, el abismo más grande de la incertidumbre, a la hora en que el último signo le hace el amor al cenit como yo se lo hice a mi mujer antes de que en cajas también a ella se la llevaran las figuras de azur. Floto como la pregunta ¿quién es Ania? En círculos de vaho llega el canto del puerto que tiene voz de niño asustado, de perro mordido y de soltera extasiada. Tomé mis piernas, una por una y con el monolito de los pecados aceptados descendí al fondo de esta conciencia mía que es tanto nutria como pez espada. ¿Quién es Ania? ¿Será mi esposa, mi hermana, mi hija, mi madre, mi arpía, mi noche, la parodia de mí mismo?

La luna en piscis y yo en su centro.

CAPOV


jueves, 2 de diciembre de 2010

de Clarimonde

José Pulido

II

Qué hago con lo pétreo de la espera

Cuando tu nombre es un punto fijo en el atardecer

 desiertas noches
                                           otros días
y todo tu cuerpo esplende
                                          mar de luminosa presencia



De ciertas noches

 otros días pegado a la especie de los más salvajes

en medio de muchachas sucias que sólo con indolencia

quieren lamer la marca de tu beso

tu nombre es rito de sangre

Dos consideraciones sobre la poesía de Cernuda

I

Mejor la destrucción, el fuego.
Cernuda, “Limbo”.

Dice José Ángel Valente con motivo de Antoni Tàpies que el poema tiende por naturaleza al silencio. Es decir, la poesía germina y muere dentro del mismo entorno vacío y silencioso que encubre el velo de las cosas. O, parafraseando al Valéry de “Pasos”, el silencio es la materia creadora que alumbra toda posibilidad de sonido. De aquí la primacía que la oquedad y el sigilo tienen en la lírica moderna.
Es lo vacío, como en Spinoza, uno de los atributos que se confunden con la sustancia. En otras palabras, la sustancia y el atributo forman un devenir instalado en la pura existencia de lo que no es, de lo no-proferido. El silencio se construye como la matriz fecundada por la materia. La palabra nace con la penetración de las cosas en el silencio. Crear es, entonces, descubrir los trazos de lo existente en el silencio.
Todo esto se instala en el cuerpo secular de la poesía. Siguiendo las anotaciones de Valente, un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio. Tal vez la fecundidad milenaria de la poesía radique, no en su capacidad de decir, sino en su infinito poder de callar. Dejar que la materia exista sin nombrarla como es ni como debería ser, solamente sugerir la posibilidad de su existencia misma, desentrañar su apariencia al no decirla, o, como San Juan de la Cruz, tener la muerte a costa del no morir.
En esta gran paradoja de la poesía, la inmensa noche de los tiempos, Cernuda brilla desde la exacta mudez de la realidad y sus choques y fusiones con el deseo. La poesía de Cernuda, en ocasiones, está liada a la aspiración ontológica de desfragmentar con la que John Donne construyó una de las columnas más sólidas de la lírica inglesa. En otras palabras, La realidad y el deseo se tambalea entre “el esquema visible y temporal del mundo y la idea de lo invisible y eterno”. Visibilidad e invisibilidad rompen sus límites para crear la coexistencia de lo silente y lo real.

II

Creo que si hay un libro de Cernuda en el que permean explícitamente estos aspectos que vengo exponiendo es el de Con las horas contadas, poemario de madurez cuyo mismo presentimiento de fin está dado por el título. En este libro la identidad del yo poético se desbarata, muy a la manera de John Donne, en la ambivalencia de lo real y lo aparente. No sería válido decir que Cernuda es un poeta instalado en la tradición fenomenológica, es decir, que su poesía se basa puramente en el contraste entre la percepción y la realidad. Creo que es más acertado afirmar que Cernuda tiende a la ambigüedad mística del mundo. Mística no como una iluminación plena, sino de un silencio que todo lo inunda y se erige como un entramado de destrucción hacia el yo e, incluso, hacia el poema mismo. 

Eduardo Celis-Ochoa

miércoles, 1 de diciembre de 2010

WL

El Real Patetismo apoya al movimiento de WikiLeaks y a su fundador Julian Assange. Recientemente WL ha liberado una serie de comunicados entre el gobierno de los Estados Unidos y sus embajadas, haciendo notoria la tendencia de las embajadas hacia el espionaje. Los 250 000 comunicados son una respuesta a la desinformación y al Needtoknow que soterra la capacidad democrática de juicio. La atención de los periódicos ha girado sobre todo entorno a los problemas con Medio Oriente, China-Japón-Corea del Sur-Corea del Norte, el gobierno de Rusia, Canada y la conflictuada zona de Sudamérica (sobre todo por El País). Habrá que esperar los comunicados de México y la narcoguerra.
   Pero entre todo, estimado lector ¿Esta suerte de Robin Hood de la información es acaso el primer estallido de una revolución cibernética o era acaso predecible su respuesta a la mediocridad en que los medios comunicación se han visto sumidos?

martes, 30 de noviembre de 2010

Clarimonde

José Pulido






"Nuestra vida discurrirá como un sueño y será un beso eterno"
Théophile Gautier

I


Vienes de perfumes hondos
del anonimato de la muerte

te llaman los que no te conocen
los que no saben  de tu rostro
 de  tu hilo de lluvia

vienes, ya se dijo,
de hondos olores
que remueven las simientes de la tierra
pálida como la luz
como la hechura de la luz
como la contraparte del mundo
                                                             vienes
como el gemido de un lobo hambriento

estás atravesada por la estrella más ardiente
y  tus ojos fríos la estepa
                                                diluyéndote

sangre y más sangre para el sacrificio


sangre y más sangre para el humus de la especie
un charco inmenso tejiendo Clarimonde
                                            un charco inmenso deletreando
tejiendo la palabra un manto un mar
                                                   una sutil figura
tu nombre

a los 23

                                                                                                                         Amado Jazael



Para Berthe Trépat, siempre.

La esencialidad comienza con tanto arcano
Quirinus Kuhlmann


Entre dos olmos la claridad me fulmina
como el cúmulo de un rayo en pronta explosión
hacia la costra de la vida,
como bailando alrededor de un fuego.
Un filo incierto doma las llanuras hialinas
cuando la cuña de la mirada siembra el verde,
la agonía del sol vegetal en este parque.
Habrá que huir de semejante dios
que transforma el té en fábula,
el movimiento corpóreo en soplo,
y entre dos columnas –soporte
de un tráfico de luces a medianoche–
fundir el faro que materializa la niebla.
Ahogar el vómito espigado en la sombra,
un murmullo de ciudad entre la hierba,
los colapsos amables de vecindad entre grillos,
y enmarañar la bondad entre tumbas,
dar vueltas a la brújula con esta rosa y encontrarse
como cuando el mono despulga el ciervo plateado,
o a través del umbral de una ruina
ver cómo fluye encima de un tronco esa claridad,
hacia una urbe perdida en medio de una jungla
que no es más que el orden mentido de los parques
de esa ciudad que crece como crece cabello
y a girones va arrancándose de la oscuridad,
como se arranca una rama del árbol embebido en luz
para rascarse el cuerpo expuesto a un cielo en desbandada.
Pero huir del dios o unirse a él, no lo sé.
Camino por esta playa donde no se ve nada,
arrastro un bosque en esta vara que olvida su magia,
cómo mover rocas o nubes con su dedo
y hundir plazas –viento fecundo en ardides–.
Pero siente el dibujo, arcano límpido en la arena,
la lilaila landa del grito lignificado en los pies.



[En el ámbito de la geometría proyectiva, el teorema de Pascal (también denominadoHexagrammum Mysticum Theorem) establece que si un hexágono arbitrario se encuentra inscrito en alguna sección cónica, y se extienden los pares opuestos de ladoshasta que se cruzan, los tres puntos en los que se intersecan se encontrarán ubicados sobre una línea recta, denominada la línea de Pascal de esta configuración.]



Siguiente capítulo, El Guincho

Tomemos el mejor círculo, por ejemplo, un hexágono

Hexagrammum Mysticum Theorem

 paradoja rimada: hace más de dos días que no me sale una línea.

 Y en cambio tú me pides que me quede donde puedas vigilarme hasta que te canses de buscar.

  con mis audífonos y el agua mineral escucho en mi                    boca el gorjeo de los mares
las burbujas, ahora, son hexagonales y hay algo enfrente de mí que no me deja ver al caminar
salí de mi ciudad solo ya sin vida

Una historia sobre la velocidad de las carreteras
abiertas como la nieve
te miro desde arriba por si todo termina
ya no somos pequeños, aprendimos de la velocidad
y más allá, una sola línea que alguien nos traza
una cinta magnética donde se graba el sol
su ruido en el polvo
escamas que la en noche coletean
un suelo iluminado la memoria, el olvido
todas las trayectorias sumadas
intersección
todas las trayectorias sumadas
fuimos hechos de estrellas [aunque ahora me escuches]


Perseguimos la verdad, sea cual sea, como las que nos escondieron de todo lo demás.
esto no empieza
con el huevo perfecto
la yema que se mezcla en tus ojos
y me pides que me quede donde puedas mirarme hasta que te canses de buscar
¿qué será?

miré por tu falda como hacia afuera de una cortina
de la isla que encima se enfada cuando no vuelvo
sólo te pido que te quedes donde puedas alcanzar
los remansos de la luna nueva
a cuyo cielo nos pegamos
hasta que todo acabe de terminar



Capítulo siguiente, El Vacío

con mis audífonos puestos muerdo mi uña
escucho un vibración nueva
¿qué será?
eco de sol
algunas veces el campo se carcajeaba

España aparta de mí esta mosca por Eduardo Celis-Ochoa

Enrique Vila-Matas: una patología literaria

José Pulido


¿Y yo a quién me parezco? Pues seguramente tengo algo de equilibrista que, en una alameda del fin del mundo, está paseando por la línea del abismo.
Doctor Pasavento

En 1944 André Gide apuntaba en sus diarios: “Creo que las enfermedades son llaves que nos pueden abrir ciertas puertas. Hay un estado de salud que no nos permite comprenderlo todo. Es muy posible que la enfermedad nos niegue el acceso a ciertas verdades, pero la salud nos niega el acceso a otras o nos desvía de ellas”. La luz que mana del pensamiento del escritor francés se hace evidente si pensamos en casos como el de Antonin Artaud, Vincent van Gogh, Guy de Mauppassant, Robert Schumman o Leopodo María Panero, en donde la locura derivó en ingenio y el ingenio, la mayoría de las veces, en genialidad.
Sin embargo, existen ciertas patologías que son menos notorias, secretas obsesiones que determinan nuestra visión de la realidad, pasiones ocultas donde el espíritu está siempre en devaneo constante entre el eros y el thanatos, marcado muchas veces, por una pulsión de interiorizarlo todo a través de la palabra o mejor aún, de transgredirlo. Y es esencialmente lo que pretende Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) a lo largo de toda su obra literaria, para él, realidad y ficción, una misma cosa, representan la capacidad de desfigurar los bordes de lo pre-existente, releer el mundo la cultura generando una nueva cartografía, una propuesta distinta para mirar la realidad. Por ejemplo, en Historia Abreviada de la literatura portátil, la Historia de las primeras décadas del siglo XX no es más que un supuesto, una larga novela que puede reescribirse cada vez que a uno se le antoje; basta con pensar en la “conjura Shandy” donde podemos ver a Marcel Duchamp conviviendo con algunos miembros de la generación del 27 o al propio Aleister Crowley al lado de un Walter Benjamín preocupado por conservar cosas diminutas, desenvolverse en situaciones donde el pacto de verosimilitud se reafirma en cada página de la novela.
Para Vila-Matas una novela es como para Faulkner, “la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre”. Toda la obra del catalán esta trazada por la referencialidad, no como guiños ni como coqueteos con otros autores o libros, sólo como el amor de la manera más descarada por ciertos autores y ciertos libros, y es tal la apropiación que hace de la literatura, que ya ni siquiera podemos confiar en que aquello que nos esta contando no sea sino ficción. En concreto, lo que hace Vila-Matas es metaficción, para él, la única forma de ser es siendo en otros o siendo otro: “Ser escritor es convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo. Escribir es un caso de impersonation, de suplanteamiento de personalidad. Escribir es hacerse pasar por otro”.
La creación como parte esencial de la vida del escritor es lo que perturba continuamente la pluma vilamatiana; de allí que, dentro de su extensa biobibliografía (como a él le gusta denominar toda su obra), exista una trilogía dedicada de manera exclusiva al mal endémico que representa la literatura: Bartleby y compañía, el Mal de Montano y Doctor Pasavento. Podríamos aventurarnos a decir que la última es síntesis de las dos primeras.
En Bartleby y compañía el protagonista, un ágrafo consumado, se propone rastrear la vida de aquellos escritores que de la noche a la mañana y sin motivo aparente, decidieron dejar de escribir o de aquellos que nunca lo hicieron. Negado a la escritura, el personaje decide emprender su búsqueda mediante la creación de una novela invisible con notas al pie de página.
Basándose en la frase del enigmático personaje de Melville[1], aparece ante nosotros una constelación de escritores que son ya, desde el primer momento de la novela, personajes dúctiles al ingenio de su creador, a su voluntad de falsear o no la historia para fines que convengan a la narración.
Lo que entonces le preocupa al protagonista es la tendencia de estos escritores del siglo XX hacia el vacío:
Me dispongo, pues a pasear por el laberinto del No, por los senderos de la más perturbadora y atractiva tendencia de las literaturas contemporáneas: una tendencia en la que se encuentra el único camino que queda abierto a la auténtica creación literaria; una tendencia que se pregunta qué es la escritura y dónde está y que merodea alrededor de la imposibilidad de la misma y que dice la verdad sobre el estado de pronóstico grave – pero sumamente estimulante – de la literatura de este fin de milenio.
En el tratar de entender las razones que impidieron escribir a Juan Rulfo, Guy de Maupassant, Robert Walser, Thomas de Quincey entre otros, se halla la respuesta para crear la nueva literatura fundada en la pulsión negativa hacia la escritura. Pues como señala Vila-Matas: “diría Beckett que hasta las palabras, al final, nos abandonan”.
Bartleby y compañía representa no sólo al escritor negado a la escritura, ágrafo de su tiempo, también es la muestra de la capacidad patológica, como diría Bolaño, de seres humanos que están negados a la vida.
Si Bartleby y compañía es la indagación en la escritura del No, El Mal de Montano es la novela de la fiebre literaria. En este libro que es a su vez una novela-diario-diccionario, el protagonista visita a su hijo (Montano) con la finalidad de ayudarlo a salir de un problema que lo acosa desde hace algún tiempo: la imposibilidad de escribir nuevamente.[2]
Sin embargo, el padre cae en la cuenta que en realidad viaja para tratar de curarse de su propia enfermedad: la literatura; lo que percibe más tarde, es que Montano esta tan enfermo de literatura como él.
Montano ha adoptado un aire muy sombrío y extraño. Le he preguntado de inmediato si le ocurría algo más que el molesto enfado con ella. Estaba muy raro, con expresión violenta en los ojos, una expresión que nunca le había visto. He vuelto a preguntarle si le pasaba algo y ha seguido sin contestarme. Sus ojos azules estaban más fríos que nunca.
–Te veo muy sombrío – le he dicho.
–¿Sombrío yo? – me ha contestado burlón–. No milord, precisamente me da el sol todo el día.
Me ha contestado como Hamlet
Con la intención de curarse de su enfermedad que ha empezado a llamar “el mal de Montano”, el protagonista decide llevar un diario, al cual tenemos acceso en el segundo capítulo de la novela, donde se nos acaba confesando que todo ha sido un invento, menos el diario y que Montano no existe, pero sí el mal de la literatura, de lo literario, entonces, el protagonista, al igual que él de Bartleby, decide escribir un diccionario de escritores, pero esta vez lo hace sobre aquellos que mantenían un diario donde confiesan una extraña tendencia a habitar siempre lo literario, escritores aquejados por “el mal de Montano”: Fernando Pessoa o Franz Kafka, sólo por citar los más relevantes, se dan cita en estas páginas como unos auténticos enfermos de literatura, parásitos ya, del mismo mal que los aqueja.
Pero Vila-Matas lleva un paso más allá la metaficción y decide que el protagonista enardecido por su enfermedad quiera encarnar la historia misma de la literatura y luchar contra los enemigos de lo literario.
Existe pues, una voluntad del escritor español por hacer de los géneros menores, mayores. Para él la literatura del siglo XX se encuentra en gran medida dentro de los diarios. Llevar un diario íntimo representa en un principio ficcionalizar la realidad, alejarse de sí mismo, encontrarse en otro, pero también como lo menciona Gimferrer en voz de Vila-Matas “la verdadera sustancia de un diario no son los acontecimientos externos sino la evolución moral del autor.” Moral que asume el protagonista al aceptarse finalmente como un enfermo de literatura que todo lo piensa bajo estos términos.
Finalmente, estar enfermo de literatura es descubrirse poseedor de una capacidad para interpretar de manera distinta la realidad, pues no hay que olvidar que esa moralidad a la que se refiere Gimferrer, es a la del autor, y el único fin moral que puede tener la literatura es el conocimiento en sí mismo.
El personaje principal de Doctor Pasavento, último libro que compone esta trilogía, es un escritor que decide desaparecer un día, pensando que alguien lo buscará, pero esto no sucede nunca y así el protagonista cae en la cuenta de que a nadie le importa, no le interesa a nadie. Es entonces cuando decide renunciar a la vida, pero sólo como una estrategia, para encontrar la plenitud literaria: “Ellos mismos, con su indiferencia, me ayudaron a ser invisible, en lo que atañe a la vida que llevo, acabaron logrando que me haya convertido por fin en un perfecto Pynchon, en el novelista que odia la fama, el escritor sin rostro que prefiere vivir en el anonimato…”
La renuncia es aquí la manifestación del protagonista por ceñirse lo más posible a la verdadera literatura, asumir la literatura como acto de sagrado que sólo se puede dar en el más absoluto de los ascetismos intelectuales, lejos de la parafernalia literaria y la literatura como sino de institución.
Lo que trata de hacer el personaje de Vila-Matas es depurar la realidad, depurar la literatura, encontrar en la voluntad de alejarse del mundo, el destello más puro del arte: “…la vida plena e inexpresable…”. Así, Doctor Pasavento decide ir a Suiza, al manicomio donde Robert Walser pasó los últimos años de su vida y refugiarse ahí hasta poder llegar al punto máximo de la creación artística, poder convertirse en nada, “Me digo una vez más, que Walser vivía en un estado de bella y permanente desdicha, y me felicito por ir acercándome, en libertad, a ese estado tan anhelado.”
El arte de no ser nadie, ese es el punto más álgido de la enfermedad, la negación del ser, no la negación a la vida o la aceptación del mundo construido a partir de la literatura, sino la conjunción de ambas. Negarse a la vida puede ser en un principio asumirla en la literatura, sin embargo la literatura de este siglo XX, y es algo que sabe perfectamente el personaje de Pasavento, tiende hacia la nada. Al existir todas las posibilidades dentro de la literatura, no existe ninguna, todo puede o no ser, el abandono como forma absoluta de la reafirmación del individuo.
Vila-Matas nos acerca la postmodernidad a la literatura de manera sencilla, postmodernidad que traza toda su obra y estilo pero que en Doctor Pasavento alcanza un nivel de disolución absoluta entre literatura y realidad, cuando el héroe del libro decide que la única forma de negarse a ser es a través de ciertos derroteros literarios que convergen en la Nada, diluirse en esos autores que tanto admira por su renuncia a la fama, al reconocimiento. Al volverse invisible el protagonista de la novela puede gozar de una sana enfermedad, en donde funge como un observador que desde de las sombras de la literatura puede incidir en ella de manera libremente para trazar su destino.
Como nos viene advirtiendo Vila-Matas desde Bartleby y Compañía, todo acto creativo requiere un sacrificio, en el caso de la literatura ser escritor verdadero significa poder asumir la realidad, tal como hace Pasavento, pero sólo a la distancia, lejos de la misma, sin poder participar de su bondades o perjuicios, vivir en un estado de absoluta soledad. Amor a la literatura es en el autor catalán capacidad de renuncia y sacrificio, ser Prometeos que llevan el fuego a los hombres, pero que están dispuestos a que los buitres, en este caso el conocimiento mismo, les devore las entrañas.
El acto creativo deja de ser generador de mundos posibles, la literatura deja ser asidero del mundo, la única forma de ser escritor es vivir desde la literatura, para la literatura y por la literatura, eso es precisamente lo que sabe Vila-Matas.

[1] Creo pertinente recordar al avezado lector que Bartleby es un personaje alienado que vive en una constante negación de la vida, por lo cual responde a todo aquello que se le pide: “preferiría no hacerlo”.
[2] El lector Agudo, no lo dudo, será capaz de entrever la relación entre la primera y la segunda novela de la trilogía

José Pulido

viernes, 11 de junio de 2010