martes, 30 de noviembre de 2010

Enrique Vila-Matas: una patología literaria

José Pulido


¿Y yo a quién me parezco? Pues seguramente tengo algo de equilibrista que, en una alameda del fin del mundo, está paseando por la línea del abismo.
Doctor Pasavento

En 1944 André Gide apuntaba en sus diarios: “Creo que las enfermedades son llaves que nos pueden abrir ciertas puertas. Hay un estado de salud que no nos permite comprenderlo todo. Es muy posible que la enfermedad nos niegue el acceso a ciertas verdades, pero la salud nos niega el acceso a otras o nos desvía de ellas”. La luz que mana del pensamiento del escritor francés se hace evidente si pensamos en casos como el de Antonin Artaud, Vincent van Gogh, Guy de Mauppassant, Robert Schumman o Leopodo María Panero, en donde la locura derivó en ingenio y el ingenio, la mayoría de las veces, en genialidad.
Sin embargo, existen ciertas patologías que son menos notorias, secretas obsesiones que determinan nuestra visión de la realidad, pasiones ocultas donde el espíritu está siempre en devaneo constante entre el eros y el thanatos, marcado muchas veces, por una pulsión de interiorizarlo todo a través de la palabra o mejor aún, de transgredirlo. Y es esencialmente lo que pretende Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) a lo largo de toda su obra literaria, para él, realidad y ficción, una misma cosa, representan la capacidad de desfigurar los bordes de lo pre-existente, releer el mundo la cultura generando una nueva cartografía, una propuesta distinta para mirar la realidad. Por ejemplo, en Historia Abreviada de la literatura portátil, la Historia de las primeras décadas del siglo XX no es más que un supuesto, una larga novela que puede reescribirse cada vez que a uno se le antoje; basta con pensar en la “conjura Shandy” donde podemos ver a Marcel Duchamp conviviendo con algunos miembros de la generación del 27 o al propio Aleister Crowley al lado de un Walter Benjamín preocupado por conservar cosas diminutas, desenvolverse en situaciones donde el pacto de verosimilitud se reafirma en cada página de la novela.
Para Vila-Matas una novela es como para Faulkner, “la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre”. Toda la obra del catalán esta trazada por la referencialidad, no como guiños ni como coqueteos con otros autores o libros, sólo como el amor de la manera más descarada por ciertos autores y ciertos libros, y es tal la apropiación que hace de la literatura, que ya ni siquiera podemos confiar en que aquello que nos esta contando no sea sino ficción. En concreto, lo que hace Vila-Matas es metaficción, para él, la única forma de ser es siendo en otros o siendo otro: “Ser escritor es convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo. Escribir es un caso de impersonation, de suplanteamiento de personalidad. Escribir es hacerse pasar por otro”.
La creación como parte esencial de la vida del escritor es lo que perturba continuamente la pluma vilamatiana; de allí que, dentro de su extensa biobibliografía (como a él le gusta denominar toda su obra), exista una trilogía dedicada de manera exclusiva al mal endémico que representa la literatura: Bartleby y compañía, el Mal de Montano y Doctor Pasavento. Podríamos aventurarnos a decir que la última es síntesis de las dos primeras.
En Bartleby y compañía el protagonista, un ágrafo consumado, se propone rastrear la vida de aquellos escritores que de la noche a la mañana y sin motivo aparente, decidieron dejar de escribir o de aquellos que nunca lo hicieron. Negado a la escritura, el personaje decide emprender su búsqueda mediante la creación de una novela invisible con notas al pie de página.
Basándose en la frase del enigmático personaje de Melville[1], aparece ante nosotros una constelación de escritores que son ya, desde el primer momento de la novela, personajes dúctiles al ingenio de su creador, a su voluntad de falsear o no la historia para fines que convengan a la narración.
Lo que entonces le preocupa al protagonista es la tendencia de estos escritores del siglo XX hacia el vacío:
Me dispongo, pues a pasear por el laberinto del No, por los senderos de la más perturbadora y atractiva tendencia de las literaturas contemporáneas: una tendencia en la que se encuentra el único camino que queda abierto a la auténtica creación literaria; una tendencia que se pregunta qué es la escritura y dónde está y que merodea alrededor de la imposibilidad de la misma y que dice la verdad sobre el estado de pronóstico grave – pero sumamente estimulante – de la literatura de este fin de milenio.
En el tratar de entender las razones que impidieron escribir a Juan Rulfo, Guy de Maupassant, Robert Walser, Thomas de Quincey entre otros, se halla la respuesta para crear la nueva literatura fundada en la pulsión negativa hacia la escritura. Pues como señala Vila-Matas: “diría Beckett que hasta las palabras, al final, nos abandonan”.
Bartleby y compañía representa no sólo al escritor negado a la escritura, ágrafo de su tiempo, también es la muestra de la capacidad patológica, como diría Bolaño, de seres humanos que están negados a la vida.
Si Bartleby y compañía es la indagación en la escritura del No, El Mal de Montano es la novela de la fiebre literaria. En este libro que es a su vez una novela-diario-diccionario, el protagonista visita a su hijo (Montano) con la finalidad de ayudarlo a salir de un problema que lo acosa desde hace algún tiempo: la imposibilidad de escribir nuevamente.[2]
Sin embargo, el padre cae en la cuenta que en realidad viaja para tratar de curarse de su propia enfermedad: la literatura; lo que percibe más tarde, es que Montano esta tan enfermo de literatura como él.
Montano ha adoptado un aire muy sombrío y extraño. Le he preguntado de inmediato si le ocurría algo más que el molesto enfado con ella. Estaba muy raro, con expresión violenta en los ojos, una expresión que nunca le había visto. He vuelto a preguntarle si le pasaba algo y ha seguido sin contestarme. Sus ojos azules estaban más fríos que nunca.
–Te veo muy sombrío – le he dicho.
–¿Sombrío yo? – me ha contestado burlón–. No milord, precisamente me da el sol todo el día.
Me ha contestado como Hamlet
Con la intención de curarse de su enfermedad que ha empezado a llamar “el mal de Montano”, el protagonista decide llevar un diario, al cual tenemos acceso en el segundo capítulo de la novela, donde se nos acaba confesando que todo ha sido un invento, menos el diario y que Montano no existe, pero sí el mal de la literatura, de lo literario, entonces, el protagonista, al igual que él de Bartleby, decide escribir un diccionario de escritores, pero esta vez lo hace sobre aquellos que mantenían un diario donde confiesan una extraña tendencia a habitar siempre lo literario, escritores aquejados por “el mal de Montano”: Fernando Pessoa o Franz Kafka, sólo por citar los más relevantes, se dan cita en estas páginas como unos auténticos enfermos de literatura, parásitos ya, del mismo mal que los aqueja.
Pero Vila-Matas lleva un paso más allá la metaficción y decide que el protagonista enardecido por su enfermedad quiera encarnar la historia misma de la literatura y luchar contra los enemigos de lo literario.
Existe pues, una voluntad del escritor español por hacer de los géneros menores, mayores. Para él la literatura del siglo XX se encuentra en gran medida dentro de los diarios. Llevar un diario íntimo representa en un principio ficcionalizar la realidad, alejarse de sí mismo, encontrarse en otro, pero también como lo menciona Gimferrer en voz de Vila-Matas “la verdadera sustancia de un diario no son los acontecimientos externos sino la evolución moral del autor.” Moral que asume el protagonista al aceptarse finalmente como un enfermo de literatura que todo lo piensa bajo estos términos.
Finalmente, estar enfermo de literatura es descubrirse poseedor de una capacidad para interpretar de manera distinta la realidad, pues no hay que olvidar que esa moralidad a la que se refiere Gimferrer, es a la del autor, y el único fin moral que puede tener la literatura es el conocimiento en sí mismo.
El personaje principal de Doctor Pasavento, último libro que compone esta trilogía, es un escritor que decide desaparecer un día, pensando que alguien lo buscará, pero esto no sucede nunca y así el protagonista cae en la cuenta de que a nadie le importa, no le interesa a nadie. Es entonces cuando decide renunciar a la vida, pero sólo como una estrategia, para encontrar la plenitud literaria: “Ellos mismos, con su indiferencia, me ayudaron a ser invisible, en lo que atañe a la vida que llevo, acabaron logrando que me haya convertido por fin en un perfecto Pynchon, en el novelista que odia la fama, el escritor sin rostro que prefiere vivir en el anonimato…”
La renuncia es aquí la manifestación del protagonista por ceñirse lo más posible a la verdadera literatura, asumir la literatura como acto de sagrado que sólo se puede dar en el más absoluto de los ascetismos intelectuales, lejos de la parafernalia literaria y la literatura como sino de institución.
Lo que trata de hacer el personaje de Vila-Matas es depurar la realidad, depurar la literatura, encontrar en la voluntad de alejarse del mundo, el destello más puro del arte: “…la vida plena e inexpresable…”. Así, Doctor Pasavento decide ir a Suiza, al manicomio donde Robert Walser pasó los últimos años de su vida y refugiarse ahí hasta poder llegar al punto máximo de la creación artística, poder convertirse en nada, “Me digo una vez más, que Walser vivía en un estado de bella y permanente desdicha, y me felicito por ir acercándome, en libertad, a ese estado tan anhelado.”
El arte de no ser nadie, ese es el punto más álgido de la enfermedad, la negación del ser, no la negación a la vida o la aceptación del mundo construido a partir de la literatura, sino la conjunción de ambas. Negarse a la vida puede ser en un principio asumirla en la literatura, sin embargo la literatura de este siglo XX, y es algo que sabe perfectamente el personaje de Pasavento, tiende hacia la nada. Al existir todas las posibilidades dentro de la literatura, no existe ninguna, todo puede o no ser, el abandono como forma absoluta de la reafirmación del individuo.
Vila-Matas nos acerca la postmodernidad a la literatura de manera sencilla, postmodernidad que traza toda su obra y estilo pero que en Doctor Pasavento alcanza un nivel de disolución absoluta entre literatura y realidad, cuando el héroe del libro decide que la única forma de negarse a ser es a través de ciertos derroteros literarios que convergen en la Nada, diluirse en esos autores que tanto admira por su renuncia a la fama, al reconocimiento. Al volverse invisible el protagonista de la novela puede gozar de una sana enfermedad, en donde funge como un observador que desde de las sombras de la literatura puede incidir en ella de manera libremente para trazar su destino.
Como nos viene advirtiendo Vila-Matas desde Bartleby y Compañía, todo acto creativo requiere un sacrificio, en el caso de la literatura ser escritor verdadero significa poder asumir la realidad, tal como hace Pasavento, pero sólo a la distancia, lejos de la misma, sin poder participar de su bondades o perjuicios, vivir en un estado de absoluta soledad. Amor a la literatura es en el autor catalán capacidad de renuncia y sacrificio, ser Prometeos que llevan el fuego a los hombres, pero que están dispuestos a que los buitres, en este caso el conocimiento mismo, les devore las entrañas.
El acto creativo deja de ser generador de mundos posibles, la literatura deja ser asidero del mundo, la única forma de ser escritor es vivir desde la literatura, para la literatura y por la literatura, eso es precisamente lo que sabe Vila-Matas.

[1] Creo pertinente recordar al avezado lector que Bartleby es un personaje alienado que vive en una constante negación de la vida, por lo cual responde a todo aquello que se le pide: “preferiría no hacerlo”.
[2] El lector Agudo, no lo dudo, será capaz de entrever la relación entre la primera y la segunda novela de la trilogía

José Pulido

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