domingo, 12 de diciembre de 2010

Bitácora del Capitán: Bellatin


Lecciones para una liebre muerta me enseña que todos los presupuestos sobre linealidad en la narrativa son intrascendentes. Esa intención con la cual se narraba primero una historia y luego otra es una ilusión. Ya Los aldeanos y El sonido y la furia habían hecho una incursión en este sentido, pero mientras en una la intención era hacer un personaje legión, en la otra se excusaba en la mente de un Benjamin esquizofrénico. En Lecciones para una libre muerta la intención es notoria, impuesta y agrada. Son varias líneas narrativas que si bien siguen un orden cronológico dentro de sí mismas (a excepción de unos jóvenes altruistas que llevan el mote de Los Universales) al ser intercaladas alegremente sin orden alguno, la experiencia de lectura nos demuestra que nuestro fervor lector nunca trabaja en enteros sino en fracciones.
En efecto, en "París, capital del siglo XIX" de Walter Benjamin esta suerte de collage ya estaba presente en los barrios parisienses donde con la simple vista uno transformaba las bocacalles en pequeñas obras de arte, el urbanismo cosmopolita en paisaje. Ahora, con la noción de Afterpop acuñada por Eloy Fernández Porta y la literatura zapping de Agustín Fernández Mallo (contemporáneos que como todo contemporáneo comparten gustos e incluso se encuentran bajo un mismo colectivo) este armatoste bello, alebrije, centáuro, etc. etc. parece que cobra función y eco en la literatura. Incluso Cortázar cuenta cómo en uno de sus cuentos (si mal no recuerdo "Las armas secretas") al terminarlo, se había dado cuenta que entre una serie de imágenes, letras de canciones, postales, cartas, estampillas y cuantimás pegados en una pared frente a donde escribía podía verse un camino bastante claro, una especie de zanja que inevitablemente se crea cuando pegamos cosas juntas, pero en esta zanja, por ese cauce inconsciente se encontraba toda la trama de su cuento: todos los episodios, los sucesos, los personajes, estaban ahí delimitados por una línea imperdible.
Y por citar mis preferencias: Robot Chicken es un claro ejemplo con su introducción que se me hace de las más geniales creadas en la televisión de culto. Un científico loco revive a una gallina tirada en una carretera frente a su castillo, y después de la suplantación biónica, sienta a la gallina (amarrada como el droog Alex) ante una serie infinita de televisores que pasan lo que parece todos los programas de televisión. El resultado, el programa en sí, es la reconstrucción que ocurre dentro de la mente de la gallina. Un collage irredento y genial donde todo se mezcla con todo: Mario con Grand Theft Auto y Resident Evil; series de los ochentas donde el criminal es Santa Claus; El largo viaje de Boba Fet y las tentaciones a las que se ve.
Incluso se podría ejemplificar con toda esa prosapia Avantgarde. El Bosco. Godard. Los Simpsons. Etc.

Ante todo esto pronostico el futuro: ya no habrán autores de novelas sino directores de ellas.

Lecciones para una liebre muerta es un gran paso en este sentido. La comprobación de que la lectura siempre ha sido fragmentaria y que así muchas voces son en efecto posibles unas sobreponiéndose a otras sin llegarse a opacar me hace pensar que esto pueda ocurrir no solamente bajo el efecto literario, sino todos los medios posibles juntos. A esto debe apuntar la novela electrónica. Ya no a sus efectos puristas sino a la suma de todas sus posibilidades. Esto, claro está, sólo sería en el plano estético (sólo hablo de un aspecto). La historia de la novela debe medirse en otro sentido del cuál me parece el más correcto aquel propuesto por Milán Kundera en "La desprestigiada herencia de Cervantes". La novela, aún cuando "mute", seguirá intentando responder a esos puntos endebles donde todo no es tan simple como pareciera. Hacer de lo irreductible legible. "El espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior a la novela."

Amado J. Peña Broissin

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