jueves, 2 de diciembre de 2010

Dos consideraciones sobre la poesía de Cernuda

I

Mejor la destrucción, el fuego.
Cernuda, “Limbo”.

Dice José Ángel Valente con motivo de Antoni Tàpies que el poema tiende por naturaleza al silencio. Es decir, la poesía germina y muere dentro del mismo entorno vacío y silencioso que encubre el velo de las cosas. O, parafraseando al Valéry de “Pasos”, el silencio es la materia creadora que alumbra toda posibilidad de sonido. De aquí la primacía que la oquedad y el sigilo tienen en la lírica moderna.
Es lo vacío, como en Spinoza, uno de los atributos que se confunden con la sustancia. En otras palabras, la sustancia y el atributo forman un devenir instalado en la pura existencia de lo que no es, de lo no-proferido. El silencio se construye como la matriz fecundada por la materia. La palabra nace con la penetración de las cosas en el silencio. Crear es, entonces, descubrir los trazos de lo existente en el silencio.
Todo esto se instala en el cuerpo secular de la poesía. Siguiendo las anotaciones de Valente, un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio. Tal vez la fecundidad milenaria de la poesía radique, no en su capacidad de decir, sino en su infinito poder de callar. Dejar que la materia exista sin nombrarla como es ni como debería ser, solamente sugerir la posibilidad de su existencia misma, desentrañar su apariencia al no decirla, o, como San Juan de la Cruz, tener la muerte a costa del no morir.
En esta gran paradoja de la poesía, la inmensa noche de los tiempos, Cernuda brilla desde la exacta mudez de la realidad y sus choques y fusiones con el deseo. La poesía de Cernuda, en ocasiones, está liada a la aspiración ontológica de desfragmentar con la que John Donne construyó una de las columnas más sólidas de la lírica inglesa. En otras palabras, La realidad y el deseo se tambalea entre “el esquema visible y temporal del mundo y la idea de lo invisible y eterno”. Visibilidad e invisibilidad rompen sus límites para crear la coexistencia de lo silente y lo real.

II

Creo que si hay un libro de Cernuda en el que permean explícitamente estos aspectos que vengo exponiendo es el de Con las horas contadas, poemario de madurez cuyo mismo presentimiento de fin está dado por el título. En este libro la identidad del yo poético se desbarata, muy a la manera de John Donne, en la ambivalencia de lo real y lo aparente. No sería válido decir que Cernuda es un poeta instalado en la tradición fenomenológica, es decir, que su poesía se basa puramente en el contraste entre la percepción y la realidad. Creo que es más acertado afirmar que Cernuda tiende a la ambigüedad mística del mundo. Mística no como una iluminación plena, sino de un silencio que todo lo inunda y se erige como un entramado de destrucción hacia el yo e, incluso, hacia el poema mismo. 

Eduardo Celis-Ochoa

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